Si tenemos un huertecito y uno o más niños, puede decirse
que ya contamos con todo lo necesario para pasar momentos inolvidables, para
disfrutar de él con los peques al mismo tiempo que cultivamos alimentos y les
enseñamos respeto por la naturaleza.
Es beneficioso para su desarrollo físico, intelectual y
sobre todo espiritual, el simple hecho de poder tocar la tierra, de estar al
aire libre, de observar cómo va creciendo una planta, cayendo o brotando sus
hojas, sus flores, formándose los frutos o, por ejemplo, la magia de ver a una
linda mariposa flotando en el aire.
Básicamente, además del contacto con la naturaleza, se ha de
intentar que descubrir el mundo vegetal sea una lección de vida que les permita
conocer directamente, sin intermediarios, el milagro de la vida que finalmente
nos permite cosechar y comernos un tomate, unas fresas, unos guisantes o unas
zanahorias. Un descubrimiento que, por cierto, será tanto más puro y verdadero
si el huerto es orgánico.
Una valiosa lección
El esfuerzo y la habilidad necesarios para lograr esos
frutos es otra lección de vida que ningún libro podrá enseñarles con tanta
eficacia ni, mucho menos, de un modo tan ameno. Porque, dentro de las
sugerencias para que la iniciativa salga bien, también aprenderán valores
importes como la puntualidad (fijaremos una hora o un día y hora para acudir a
cuidarlo), la paciencia (cuidar las plantas es una tarea muy entretenida),
trabajo en equipo (han de participar en todo y desde el principio: comprar
material, sembrar, construir un pequeño invernadero), así como independencia y
responsabilidad si dedicamos un espacio para ellos en el que imiten a los
mayores.
Lógicamente, no todo es de color de rosa y para asegurarnos
que la experiencia sea saludable y placentera, debemos cuidar una serie de
detalles. Por ejemplo, sería interesante aplicarles productos contra los
insectos y, obligatoriamente, protectores solares de alto índice de forma
regular. O, todavía mejor, enseñarles a ponérselos ellos mismos, sin olvidar la
conveniencia de beber agua de vez en cuando y de llevar gorras, sombreros de
paja o pañuelos sobre la cabeza y gafas de sol en las horas centrales del día.
Tampoco conviene ir vestidos con colores vivos ni usar
cosméticos perfumados o colonias para no atraer a los insectos. Y, por
supuesto, nunca dejar que manipulen herramientas u objetos peligrosos, ni
siquiera en presencia de adultos (elegir utensilios especiales para niños). Por
lo demás, hay que relajarse y transmitir una sensación de diversión que les
haga sonreír.
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